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Epigrama con muro - Mario Benedetti

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Las mejores frases y poemas
de Mario Benedetti.
 



Entre tú y yo/mengana mía/ se levantaba
un muro de Berlín hecho de horas desiertas
añoranzas fugaces

tú no podías verme porque montaban guardia
los rencores ajenos
yo no podía verte porque me encandilaba
el sol de tus augurios

y no obstante solía preguntarme
cómo serías en tu espera
si abrirías por ejemplo los brazos
para abrazar mi ausencia

pero el muro cayó
se fue cayendo
nadie supo que hacer con los malentendidos
hubo quien los juntó como reliquias

y de pronto una tarde
te vi emerger por un hueco de niebla
y pasar a mi lado sin llamarme

ni tocarme ni verme
y correr al encuentro de otro rostro
rebosante de calma cotidiana otro rostro que tal vez ignoraba
que entre tú y yo existía
había existido
un muro de Berlín que al separarnos
desesperadamente nos juntaba
ese muro que ahora es sólo escombros
más escombros y olvido


Los cincos - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
aMario Benedetti.
 


Palpen la espiga el cáliz el estambre
la huella dibujada por la tierra
busquen el cuerpo amado entre los cuerpos
el que no es

miren en qué baldosa de la historia
se emprende a tientas el regreso y cómo
se va reconociendo palmo a palmo
lo que no es

aprendan a olfatear el miedo huésped
la invitación del sexo / la osadía
rastreen el olor de la confianza
la que no es

oigan cómo se entiende la llamada
la impunidad del eco / su caricia
y cómo se cosecha entre las voces
la que no es

saboreen la lluvia y el durazno
los párpados del alba y la madera
tómenle el gusto al lecho de la vida
la que no es


Por suerte somos otros - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 


Por el desfiladero inclemente y reseco
avanzamos a pobres estallidos
a opacos y alunados madrugones
a otoños inhibidos por un cielo grisáceo

a veces penetramos sin querer en la fiebre
como en una falsa vacación o delirio
pero si intentamos levantar un brazo
las bisagras crujen como antiguos rencores
y sudamos blasfemias y melancolías

somos en realidad otro desconocido
un tipo más que ignora cuándo va a tocar fondo
si en el breve mayo de las hojas secas
o en el laxo febrero de nostalgia soleada



un desconocido un pájaro que emigra
de su propio corazón un signo
que de a poco se va desdibujando
se va olvidando de su propio trazo

un desconocido un pañuelo blanco
que dice adiós a nadie a nadie a nadie
como si nadie hubiera para juntar recuerdos
para llegar a despedir al solo

un desconocido de quien no se sabe
por qué y con quién puede aún asombrarse
un resto de naufragio un capricho
de pedernal miedo que esparce a veces
semillas de coraje silencios alaridos

sólo un desconocido somos eso
algún remoto de nosotros mismos
un morral de prejuicios una bomba de tiempo
que nos explota en medio de la aleluya o del bostezo

quizás ahí esta la clave

si nos sabemos magros
y ausentes y un poco traicionados
por cautelas y pautas y grandes plataformas
si adquirimos en cómodas cuotas el desastre
y empuñamos la angustia como un hacha de piedra
y además si en las duras transacciones
de cerebro a conciencia y viceversa
vacilamos y después vacilamos
y cuando el cielo escupe fuego y mierda

nos refugiamos bajo el mosquitero
y además si en el páramo ancho del insomnio
sobrevivimos a nuestro egoísmo
y nos desayunamos a vivir
y no reorganizamos la verdad
como un plan quinquenal o un orgasmo

cómo entonces si estamos tan ajenos
en nuestro traje y en nuestro esqueleto
si lo que pudimos haber sido nos vela
como un guardián de mirada implacable
memorioso guardián faro en lo abstracto
como entonces no cambiarnos en Otros


como no introducir de contrabando en ellos
las tempestades que no desatamos
los datos del amor inaccesible
los odios nobles y descomunales
ese acompañamiento del amor
que no nos atrevimos a sangrar

libres para ser Otros ni ángel ni desángel
sólo nuestra verdad imperfecta y radiante
la verdad aventura que nunca se repite
y sin embargo puede atravesarnos
como una flecha o una ideología

y no es tarea vana
inventar Otros
que tienen por supuesto rasgos nuestros
textura nuestra cicatrices nuestras
más dos o tres barbaridades llanas
y más amor que nuestro más amor
esa caricatura de nuestros imposibles
a veces nos contagia contamina
de vida nuestros pasos malmurientes

nos da confianza júbilo certezas
sinceridad hasta decirnos basta
punto final al miedo miedo a punto

y una noche sin mar ni pesadillas
los Otros
esos Otros que inventamos
los Otros nos inventan nos recrean
a su imagen y a su semejanza
nos convencen de que al fin somos Otros
y somos Otros claro
por suerte somos Otros.


Balada del loco amor - José Ángel Buesa

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La frase de la imagen pertenece a la canción
"Óleo de mujer con sombrero" de Silvio Rodríguez.
 


I

No, nada llega tarde, porque todas las cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas;
sólo que, a diferencia de la espiga y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.
No, Amor no llega tarde. Tu corazón y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío.
Amor, a cualquier hora, cuando toca a una puerta,
la toca desde adentro, porque ya estaba abierta.
Y hay un amor valiente y hay un amor cobarde,
pero, de cualquier modo, ninguno llega tarde.

II

Amor, el niño loco de la loca sonrisa,
viene con pasos lentos igual que viene a prisa;
pero nadie está a salvo, nadie, si el niño loco
lanza al azar su flecha, por divertirse un poco.
Así ocurre que un niño travieso se divierte,
y un hombre, un hombre triste, queda herido de muerte.
Y más, cuando la flecha se le encona en la herida,
porque lleva el veneno de una ilusión prohibida.
Y el hombre arde en su llama de pasión, y arde, y arde
Y ni siquiera entonces el amor llega tarde.

III

No, yo no diré nunca qué noche de verano
me estremeció la fiebre de tu mano en mi mano.
No diré que esa noche que sólo a ti te digo
se me encendió en la sangre lo que soñé contigo.
No, no diré esas cosas, y, todavía menos,
la delicia culpable de contemplar tus senos.
Y no diré tampoco lo que vi en tu mirada,
que era como la llave de una puerta cerrada.
Nada más. No era el tiempo de la espiga y la flor,
y ni siquiera entonces llegó tarde el amor.



Coraje y miedo - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 


En el coraje viene casi siempre
una pizca de miedo pudoroso
los párpados se cierran sin motivo
y el reino de la pena nos invade

un puñal nostálgico / invisible
nos va cortando el gozo en rebanadas
y ni siquiera conservamos fuerzas
para estrechar la mano del amigo

quizá somos producto de una herencia
que nos ha trasmitido sobresaltos
uno no sabe nunca si el dolor
acaba de nacer o toma impulso

el pasado es lenguaje de la nada
y en el futuro está el altar del miedo
el coraje es la cara de las cosas
y el miedo es una máquina a turbina

pero donde el valor pasa su prueba
es en el sacrificio del amor
labio con labio / mansa cópula
amamos desde lejos y aquí mismo
regados por la lluvia del invierno
o atravesados por la primavera

coraje y miedo / buena encrucijada
quizá valga la pena despertarnos


Amor de tarde - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 


Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme «¿Qué tal?» y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.


 

Me gusta la gente simple - Facundo Cabral

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Las mejores canciones y frases
de Facundo Cabral y la Trova.
 

Me gusta la gente simple
aunque yo soy complicado
la gente de casa pobre
y corazón millonario.

La que todavía suda,
la que se rompe las manos,
la que se juega la vida
por el pan de sus hermanos.



Me gusta la gente simple
que al vino le llama vino,
la que al pan le llama pan
y enemigo al enemigo.

La que se da por entero y
no tiene intermediarios
la que comparte conmigo
el respeto a los milagros.

Me gusta la gente simple,
que se levanta temprano,
porque hay que limpiar la calle,
pintar el frente al mercado;
bajar del camión la fruta,
repartir los telegramas,
servir el café, la sopa, pescar,
embolsar la papa;
cortar el árbol preciso
para hacer una guitarra
con la que un día el cantor,
caminará por la patria
contando la gente simple,
que sin ella no hay nada,
ni siquiera la milonga
que en el mundo me declara.

Me gusta la gente simple
que hace la silla y la mesa,
los zapatos de mi madre,
el vestido de Teresa.

La que ríe fácilmente,
la que fácilmente llora,
la que inocente confía
que un día cambien las cosas.

Me gusta la gente simple
aunque yo soy complicado...


 

Sitio de amor... - Jaime Sabines

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Los mejores poemas y frases
de Jaime Sabines
 


Sitio de amor, lugar en que he vivido
de lejos, tú, ignorada,
amada que he callado, mirada que no he visto,
mentira que me dije y no he creído:
en esta hora en que los dos, sin ambos,
a llanto y odio y muerte nos quisimos,
estoy, no sé si estoy, ¡si yo estuviera!,
queriéndote, llorándome, perdido.

(Esta es la última vez que yo te quiero.
En serio te lo digo.)

Cosas que no conozco, que no he aprendido,
contigo, ahora, aquí, las he aprendido.

En ti creció mi corazón.
En ti mi angustia se hizo.
Amada, lugar en que descanso,
silencio en que me aflijo.

( Cuando miro tus ojos
pienso en un hijo. )

Hay horas, horas, horas, en que estás tan ausente
que todo te lo digo.

Tu corazón a flor de piel, tus manos,
tu sonrisa perdida alrededor de un grito,
ese tu corazón de nuevo, tan pobre, tan sencillo,
y ese tu andar buscándome por donde yo no he ido:

todo eso que tu haces y no haces a veces
es como para estarse peleando contigo.

Niña de los espantos, mi corazón caído,
ya ves, amada, niña, que cosas digo.




 

Hombre que mira al techo - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 


Siempre hay una jornada fuera de serie
en que uno logra sentirse sereno
pero está lejos de ser una canonjía
ya que la serenidad no es el mejor
de los estados posibles e imposibles

hoy por ejemplo tomo distancia
con respecto a las cosas y a mí mismo
y no por eso echo al olvido
qué joda era qué bueno era
estar adentro del entrevero



después de todo la famosa
serenidad es una isla
autorizada comonó
y legal
aunque rodeada inexorablemente
por emociones clandestinas

todavía me siento un poco incómodo
en mis primicias de sereno
como quien entra en un traje nuevo
que tiene bajas las hombreras

pero el cuerpo y el alma son
animalitos de costumbres
mañana la incomodidad
será menor y en pocos días
me habré habituado a estar sereno

eso me llena a veces de alegría
es claro que se trata de una alegría serena
y en consecuencia uno no sale a dar abrazos
ni pega gritos ni le canta al cielo
a lo sumo archiva caricias y otros prólogos
por estricto orden cronológico

también llega a invadirme el desconsuelo
pero se trata de un sereno desconsuelo
y por lo tanto nadie solloza
ni dice mierda
ni putea

sencillamente como un modesto mago
de rojo circo de domingo
o de feria
tomo los naipes del amor
los barajo con parsimonia
y en las narices del viejo público
que es como hacerlo en mis narices
mágicamente los transformo
en nuevos naipes de amistad

lo único extraño viene a la noche
pues se presume que un sereno
ha de dormir serenamente
pero yo paso horas y horas
mirando el techo

o sea que
no sé hasta cuando estaré sereno
porque la calma ya no da abasto

hay que confiar y yo confío
que no hay mal que dure
cien años.

Ojos color sol - Calle 13 / Silvio Rodríguez

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Las mejores canciones y frases
de Silvio Rodríguez
y la Trova.
 


Hoy el sol
se escondió
y no quiso salir,
te vio despertar
y le dio miedo de morir.

Abriste los ojos
y el sol guardo su pincel
porque tu pintas el paisaje
mejor que él.

Cuando amanece,
tu lindura,
cualquier constelación
se pone insegura.

Tu belleza
huele a mañana
y me da de comer
durante toda la semana.

Tus ojos hacen magia
son magos, los abriste
y ahora se reflejan
las montañas en los lagos.

La única verdad abusoluta
es que cuando naciste tú
a los árboles le nacieron frutas:
naranja dulce,
siembra de querubes;

como el sol tenía miedo
se escondió en una nube.
Hoy el sol no hace falta, esta en receso
la vitamina D me la das tú con un beso.

La luna sale a caminar
siguiendo tus pupilas.
La noche brilla original
después que tú la miras.

Ya nadie sabe ser feliz
a costa del despojo,
gracias a ti
y a tus ojos.

Eres un verso en riversa,
un riverso.
Despertaste y
le diste vuelta a mi universo.



Ahora se llega
a la cima
bajando por la sierra,
la Tierra ya no gira,
tú giras por la Tierra.

En las guerras
se dan besos,
ya no se pelean.

Hoy, las gallinas
mugen
y las vacas
cacarean.

Las lombrices
y los peces
pescan los anzuelos,
se vuela por el mar
y se navega
por el cielo.

Crecen flores
en la arena,
cae lluvia
en el desierto.
Ahora los sueños
son reales,
porque se sueña
despierto.

Y ese sueño
es seguro
y así se reproduce;
y la inocencia
por fin
no se esconde
de las luces.

La escasez de comida
se vuelve deliciosa,
porque tenemos
la barriga llena
de mariposas.

La galaxia devela
su comarca escondida
y en la Tierra parece
que comienza la vida.

La luna sale a caminar
siguiendo tus pupilas.
La noche brilla original
después que tú la miras.

Ya nadie sabe ser feliz
a costa del despojo,
gracias a ti
y a tus ojos...

En la academia militar
enseñan medicina,
y los banqueros
ahora dan
viviendas y comida.

Ya nadie sabe ser feliz
a costa del despojo,
gracias a ti
y a tus ojos...



 

Enamorarse y no - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 

Cuando uno se enamora las cuadrillas
del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva
enamorarse es un presagio gratis
una ventana abierta al árbol nuevo
una proeza de los sentimientos
una bonanza casi insoportable
y un ejercicio contra el infortunio
por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo.


Mi amor por ti es mucho más que amor... - Roque Dalton

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Los mejores poemas y frases
de Roque Dalton.
 

Mi amor por ti es mucho más que amor,
es algo que se amasa día a día,
es proyectar tu sombra junto a mí,
hacer con ellas una sola vida.

Las miradas que ya al conocer
se hablan entre sí en la distancia,
no hacen falta palabras...qué más da!
si ya interpretamos lo que claman.

Los mil detalles que tienes tú por mí,
mi descaro al advertir en lo que fallas,
el sincerarme cuando hay que decir
lo que sinceramente no se calla.

Mi amor por ti es mucho más que amor.
Mi amor por ti es como una nevada,
un torrente de luz, algo tan bello...
como ponerse el sol o amanecer el alba.


Me sirve y no me sirve - Mario Benedetti

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Los mejores poemas y frases
de Mario Benedetti.
 


La esperanza tan dulce,
tan pulida, tan triste,
la promesa tan leve,
no me sirve.
No me sirve tan mansa la esperanza

La rabia tan sumisa,
tan débil, tan humilde,
el furor tan prudente
no me sirve.
No me sirve
Tan sabia tanta rabia.



El grito tan exacto
si el tiempo lo permite,
alarido tan pulcro
no me sirve.
No me sirve tan bueno
Tanto trueno

El coraje tan dócil
la bravura tan chirle,
la intrepidez tan lenta
no me sirve.
No me sirve
tan fría la osadía.

Si me sirve la vida
que es vida hasta morirse,
y el corazón alerta sí me sirve.
Me sirve cuando avanza
la confianza.

Me sirve tu mirada
que es generosa y firme,
y tu silencio franco sí me sirve.
Me sirve la medida de tu vida.

Me sirve tu futuro
que es un presente libre,
y tu lucha de siempre
sí me sirve.
Me sirve tu batalla
sin medalla.

Me sirve la modestia
de tu orgullo posible,
y tu mano segura
sí me sirve.
Me sirve tu sendero,
compañero.

Hombre preso que mira a su hijo - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 


Cuando era como vos me enseñaron los viejos
y también las maestras bondadosas y miopes
que libertad o muerte era una redundancia
a quien se le ocurría en un país
donde los presidentes andaban sin capangas.

Que la patria o la tumba era otro pleonasmo
ya que la patria funcionaba bien
en las canchas y en los pastoreos.

Realmente no sabían un corno
pobrecitos creían que libertad
era tan solo una palabra aguda
que muerte era tan solo grave o llana
y cárceles por suerte una palabra esdrújula.

Olvidaban poner el acento en el hombre.

La culpa no era exactamente de ellos
sino de otros más duros y siniestros
y estos sí
cómo nos ensartaron
en la limpia república verbal
cómo idealizaron
la vidurria de vacas y estancieros
y cómo nos vendieron un ejército
que tomaba su mate en los cuarteles.

Uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede
por eso estoy aquí
mirándote y echándote
de menos.

Por eso es que no puedo despeinarte el jopo
ni ayudarte con la tabla del nueve
ni acribillarte a pelotazos

 Vos ya sabés que tuve que elegir otros juegos
y que los jugué en serio.

Y jugué por ejemplo a los ladrones
y los ladrones eran policías.
Y jugué por ejemplo a la escondida
y si te descubrían te mataban
y jugué a la mancha
y era de sangre.

Botija aunque tengas pocos años
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides.

Por eso no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones
todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos
miran hipnotizados
son durísimos golpes
son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte
demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló
o puteó como un loco
que es una linda forma de callar.

Que tu viejo olvidó todos los números
(por eso no podría ayudarte en las tablas)
y por lo tanto todos los teléfonos.

Y las calles y el color de los ojos
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina
en qué bar
qué parada
qué casa.

Y acordarse de vos
de tu carita
lo ayudaba a callar.

Una cosa es morirse de dolor
y otra cosa es morirse de vergüenza.

Por eso ahora
me podés preguntar
y sobre todo
puedo yo responder.

Uno no siempre hace lo que quiere
pero tiene el derecho de no hacer
lo que no quiere.

Llora nomás botija
son macanas
que los hombres no lloran
aquí lloramos todos.

Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse.

Llorá
pero no olvides.


 

Poema V - Pablo Neruda

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La frase de la imagen NO pertenece
a Pablo Neruda.
 


Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.



Cleopatra - Mario Benedetti

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La frase de la imagen NO pertenece
a Mario Benedetti.
 

El hecho de ser la única mujer entre seis hermanos me había mantenido siempre en un casillero especial de la familia. Mis hermanos me tenían (todavía me tienen) afecto, pero se ponían bastante pesados cuando me hacían bromas sobre la insularidad de mi condición femenina. Entre ellos se intercambiaban chistes, de los que por lo común yo era destinataria, pero pronto se arrepentían, especialmente cuando yo me echaba a llorar, impotente, y me acariciaban o me besaban o me decían: Pero, Mercedes, ¿nunca aprenderás a no tomarnos en serio?

 Mis hermanos tenían muchos amigos, entre ellos Dionisio y Juanjo, que eran simpáticos y me trataban con cariño, como si yo fuese una hermana menor. Pero también estaba Renato, que me molestaba todo lo que podía, pero sin llegar nunca al arrepentimiento final de mis hermanos. Yo lo odiaba, sin ningún descuento, y tenía conciencia de que mi odio era correspondido.

 Cuando me convertí en una muchacha, mis padres me dejaban ir a fiestas y bailes, pero siempre y cuando me acompañaran mis hermanos. Ellos cumplían su misión cancerbera con liberalidad, ya que, una vez introducidos ellos y yo en el jolgorio, cada uno disfrutaba por su cuenta y sólo nos volvíamos a ver cuando venían a buscarme para la vuelta a casa.

 Sus amigos a veces venían con nosotros, y también las muchachas con las que estaban más o menos enredados. Yo también tenía mis amigos, pero en el fondo habría preferido que Dionisio, y sobre todo Juanjo, que me parecía guapísimo, me sacaran a bailar y hasta me hicieran alguna “proposición deshonesta”. Sin embargo, para ellos yo seguía siendo la chiquilina de siempre, y eso a pesar de mis pechitos en alza y de mi cintura, que tal vez no era de avispa, pero sí de abeja reina. Renato concurría poco a esas reuniones, y, cuando lo hacía, ni nos mirábamos. La animadversión seguía siendo mutua.

 En el carnaval de 1958 nos disfrazamos todos con esmero, gracias a la espontánea colaboración de mamá y sobre todo de la tía Ramona, que era modista. Así mis hermanos fueron, por orden de edades: un mosquetero, un pirata, un cura párroco, un marciano y un esgrimista. Yo era Cleopatra, y por si alguien no se daba cuenta, a primera vista, de a quién representaba, llevaba una serpiente de plástico que me rodeaba el cuello. Ya sé que la historia habla de un áspid, pero a falta de áspid, la serpiente de plástico era un buen sucedáneo. Mamá estaba un poco escandalizada porque se me veía el ombligo, pero uno de mis hermanos la tranquilizó: “No te preocupes, vieja, nadie se va a sentir tentado por ese ombliguito de recién nacido.”
 
A esa altura yo ya no lloraba con sus bromas, así que le di al descarado un puñetazo en pleno estómago, que le dejó sin habla por un buen rato. Rememorando viejos diálogos, le dije: “Disculpa, hermanito, pero no es para tanto”, ¿cuándo aprenderás a no tomar en serio mis golpes de kárate?

 Nos pusimos caretas o antifaces. Yo llevaba un antifaz dorado para no desentonar con la pechera áurea de Cleopatra. Cuando ingresamos en el baile (era un club de Malvín) hubo murmullos de asombro, y hasta aplausos. Parecíamos un desfile de modelos. Como siempre nos separamos y yo me divertí de lo lindo. Bailé con un arlequín, un domador, un paje, un payaso y un marqués. De pronto, cuando estaba en plena rumba con un chimpancé, un cacique piel roja, de buena estampa, me arrancó de los peludos brazos del primate y ya no me dejó en toda la noche. Bailamos tangos, más rumbas, boleros, milongas, y fuimos sacudidos por el recién estrenado seísmo del rock-and-roll. Mi pareja llevaba una careta muy pintarrajeada, como correspondía a su apelativo de Cara Rayada.

 Aunque forzaba una voz de máscara que evidentemente no era la suya, desde el primer momento estuve segura de que se trataba de Juanjo (entre otros indicios, me llamaba por mi nombre) y mi corazón empezó a saltar al compás de ritmos tan variados. En ese club nunca contrataban orquestas, pero tenían un estupendo equipo sonoro que iba alternando los géneros, a fin de (así lo habían advertido) conformar a todos. Como era de esperar, cada nueva pieza era recibida con aplausos y abucheos, pero en la siguiente era todo lo contrario: abucheos y aplausos. Cuando le llegó el turno al bolero, el cacique me dijo: Esto es muy cursi, me tomó de la mano y me llevó al jardín, a esa altura ya colmado de parejas, cada una en su rincón de sombra.

 Creo que ya era hora de que nos encontráramos así, Mercedes, la verdad es que te has convertido en una mujercita. Me besó sin pedir permiso y a mí me pareció la gloria. Le devolví el beso con hambre atrasada. Me enlazó por la cintura y yo rodeé su cuello con mis brazos de Cleopatra. Recuerdo que la serpiente me molestaba, así que la arranqué de un tirón y la dejé en un cantero, con la secreta esperanza de que asustara a alguien.

 Nos besamos y nos besamos, y él murmuraba cosas lindas en mi oído. También me acariciaba de vez en cuando, y yo diría que con discreción, el ombligo de Cleopatra y tuve la impresión de que no le parecía el de un recién nacido. Ambos estábamos bastante excitados cuando escuché la voz de uno de mis hermanos: había llegado la hora del regreso. Mejor te hubieras disfrazado de Cenicienta, dijo Cara Rayada con un tonito de despecho, Cleopatra no regresaba a casa tan temprano. Lo dijo recuperando su verdadera voz y al mismo tiempo se quitó la careta.

 Recuerdo ese momento como el más desgraciado de mi juventud. Tal vez ustedes lo hayan adivinado: no era Juanjo, sino Renato. Renato, que, despojado ya de su careta de fabuloso cacique, se había puesto la otra máscara, la de su rostro real, esa que yo siempre había odiado y seguí por mucho tiempo odiando. Todavía hoy, a treinta años de aquellos carnavales, siento que sobrevive en mí una casi imperceptible hebra de aquel odio. Todavía hoy, aunque Renato sea mi marido.

 

Intramuros - Mario Benedetti

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La frase de la imagen
NO pertenece a Mario Benedetti.
 


Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería. Es buena gente, pero de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor. No necesito armar un biombo para pensar en vos. Dirás que cuatro años, cinco meses y catorce días son demasiado tiempo para reflexionar. Y es cierto. Pero no son demasiado tiempo para pensar en vos. Aprovecho para escribirte porque hay luna. Y la luna siempre me tranquiliza, es como un bálsamo. Además ilumina, así sea precariamente, el papel, y esto tiene su importancia porque a esta hora no tenemos luz eléctrica. En los dos primeros años ni siquiera tenía luna, así que no me quejo. Siempre hay alguien que está peor, como concluía Esopo. Y hasta peorísimo, como concluyo yo.

 Es curioso. Cuando uno está afuera e imagina que, por una razón o por otra, puede pasar varios años entre cuatro paredes, piensa que no aguantaría, que eso sería sencillamente insoportable. No obstante, es soportable, ya se ve. Al menos yo lo he soportado. No niego haber pasado momentos de desesperación, además de aquellos en que la desesperación incluye sufrimiento físico. Pero ahora me refiero a la desesperación pura, cuando uno empieza a calcular, y el resultado es esta jornada de clausura, multiplicada por miles de días. No obstante, el cuerpo es mas adaptable que el ánimo. El cuerpo es el primero que se acostumbra a los nuevos horarios, a sus nuevas posturas, al nuevo ritmo de sus necesidades, a sus nuevos cansancios, a sus nuevos descansos, a su nuevo hacer y a su nuevo no hacer. Si tenés un compañero, lo podés medir al principio como a un intruso. Pero de a poco se va convirtiendo en interlocutor. El de ahora es el octavo. Creo que con todos me he llevado bastante bien. Lo bravo es cuando las desesperaciones no coinciden, y el otro te contagia la suya, o vos le contagiás la tuya. O también puede ocurrir que uno de los dos se oponga resueltamente al contagio y esa resistencia origine un choque verbal, un enfrentamiento, y en esos casos justamente la condición de clausura ayuda poco, mas bien exacerba los ánimos, le hace a uno (y al otro) pronunciar agravios, y, algunas veces, hasta decir cosas irreparables que enseguida agudizan su significado por el mero hecho de que la presencia del otro es obligatoria y por lo tanto inevitable. Y si la situación se pone tan dura que los dos ocupantes del lugarcito no se dirijan la palabra, entonces tal compañía, embarazosa y tensa, lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una soledad total. Por suerte, en este ya largo historial, tuve un solo capítulo de este estilo, y duró poco. Estábamos tan podridos de ese silencio a dos voces, que una tarde nos miramos y casi simultaneamente empezamos a hablar. Después fue fácil.
 
Hace aproximadamente dos meses que no tengo noticias tuyas. No te pregunto que pasa porque sé lo que pasa. Y lo que no. Dicen que dentro de una semana todo se regulizará otra vez. Ojalá. No sabes lo importante que es una carta para cualquiera de nosotros. Cuando hay recreo y salimos, de inmediato se sabe quiénes recibieron cartas y quiénes no. Hay una extraña iluminación en los rostros de los primeros, aunque muchas veces traten de ocultar su alegría para no entristecer más a los que no tuvieron esa suerte. En estas últimas semanas, por razones obvias, todos estábamos con caras largas, y eso tampoco es bueno. De modo que no tengo respuesta a ninguna pregunta tuya, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo preguntas. No las que vos ya sabés sin necesidad de que te las haga, y que, dicho sea de paso, no me gusta hacerte para no tentarte a que alguna vez (en broma, o lo que sería muchísimo más grave, en serio) me digas: "Ya no." Simplemente quería preguntarte por el Viejo. Hace mucho que no me escribe. Y en este caso tengo la impresión de que no hay ninguna otra causa para la no recepción de cartas. Sólo que hace mucho que no me escribe. Y no sé por qué. Repaso a veces (sólo mentalmente, claro), lo que recuerdo haberle escrito en algunos de mis breves mensajes, pero no creo que haya habido en ellos nada que lo hiriera. ¿Lo ves a menudo? Otra pregunta: ¿cómo le va a Beatriz en la escuela? En su última cartita me pareció notar cierta ambigüedad en sus datos. ¿Te das cuenta de que te extraño? Pese a mi capacidad de adaptación, que no es poca, ésta es una de las faltas a las que ni mi ánimo ni mi cuerpo se han acostumbrado. Al menos, hasta hoy. ¿Llegaré a habituarme? No lo creo. ¿Vos te habituaste?

 

Señales - Mario Benedetti

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 En las manos te traigo
viejas señales
son mis manos de ahora
no las de antes

doy lo que puedo
y no tengo vergüenza
del sentimiento

si los sueños y ensueños
son como ritos
el primero que vuelve
siempre es el mismo

salvando muros
se elevan en la tarde
tus pies desnudos

el azar nos ofrece
su doble vía
vos con tus soledades
yo con las mías

y eso tampoco
si habito en tu memoria
no estaré solo

tus miradas insomnes
no dan abasto
dónde quedó tu luna
la de ojos claros

mírame pronto
antes que en un descuido
me vuelva otro

no importa que el paisaje
cambie o se rompa
me alcanza con tus valles
y con tu boca

no me deslumbres
me basta con el cielo
de la costumbre

en mis manos te traigo
viejas señales
son mis manos de ahora
no las de antes

doy lo que puedo
y no tengo vergüenza
del sentimiento.




Ruidos secundarios - Mario Benedetti

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Me hago el honor de resignarme
sólo esta noche
como descanso
mañana temprano abriré los ojos
seré otra vez valiente y ordinario
rebelde con las manos en los bolsillos
eterno con la muerte en el ojal
sólo esta noche en que no hay luna
creerme que voy
creerme que vengo
creer que mi corazón ya no podrá jamás
aumentar de tamaño y de nostalgias
sólo esta noche
por favor
por piedad
sentirme vencido
humilde
devastado
hecho y deshecho con desechos de Dios
puesto a soñar sin vistobueno
dado a mentir sin esperanza
pero sabiendo que se trata
sólo de esta noche estéril y única
mañana a las siete abriré los ojos
y otra vez pondré el hombro sin quejarme
y escucharé el estruendo universal
sin que me engañen ruidos secundarios.


No tenía lunares - Mario Benedetti

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1.


 La otra cabeza en la almohada. Rafael mira hacia arriba, rígido. Cuando despierte no sabrá dónde se halla. Luego ella dirá: «Querido», y todo volverá a su cauce. Esta horrible posición le produce cansancio en los tobillos. Ni pensar en nada que pueda despertarla. Entonces ella empezaría con sus empalagosos mimos matinales y se acabaría la sensación de reposo, esta especie de coherente aproximación a sí mismo. Anoche dijo: Nadie puede saberlo, nunca. Pasa un carro del mercado. Los únicos ruidos del mundo. Los ronquidos y el carro. ¿Nadie puede saberlo? Cuatro moscas recorren los párpados de Carlitos dormido. Vamos por partes. Ella no quiere que venga Francisco. Sin embargo.

 Tiene la boca reseca. Si le trae agua, se despierta. Estamos mejor solos, dijo ella. Antes quería que tuviese amigos, que los trajera a almorzar. El sobretodo quedó sobre la silla, la manga izquierda a medio sacar. El papel blanco que sale del bolsillo no es un programa de cine. Vamos por partes. Francisco vino por primera vez el día de los ravioles. Un sábado. El martes se lo había dicho en la oficina. No es un programa, es la cuenta de... Me habían traído el retrato de Aurora, recién encuadrado. Los ojos desentonaban en el rostro. Como si las cejas, los labios, las mejillas, para cuyo aderezo recurría a su equipo de trampas fuesen lo único natural, la verdad del semblante, en tanto que los ojos verdaderos llegaban con retraso al conjunto, estaban en otra escala de valores, parecían lo único adulterado. Claro, la cuenta de Ocampo. De Ocampo, que había dicho: «No hay apuro». El apuro estaba en la reticencia de los gestos. Se lo alcancé. Mi mujer, le dije. Simpática, dijo él, tiene cara de risa. Otra vez a flote mi orgullo imbécil por la alegría de Aurora. Hago lo que puedo, pensé. Doscientos treinta pesos. Vamos por partes. Fui yo el que dije. ¿Por qué no venís el sábado a cenar? La otra cabeza en la almohada. Se ha movido. Sí, se ha movido. Paciencia.

2.

—Querido —dijo ella. Estaba despeinada, grotesca, maloliente. Los labios resecos, anteriores a toda pintura; los ojos colgantes y legañosos.
—Querido —dijo, y estiró una mano. Rafael retrocedió cinco centímetros imperceptibles. La mano estaba allí, sobre la colcha. Movía con torpeza su rechoncho meñique, lo montaba asquerosamente sobre el anular. Luego se estiraba, abriéndose en cinco dedos tumefactos. Yo besaba esa mano. Yo era el idiota que cerraba los ojos al besar esa mano. Entonces aquella cosa ajena le tocó el brazo, se lo acarició. Aquella cosa blanda le recorrió el brazo como una lengua.
—Tengo la cuenta de Ocampo —dijo él para huir—. Dice que no hay apuro. Pero yo creo que se le fue la mano.
Entonces ella dijo que Ocampo siempre había sido un abusador, que ella se había dado cuenta cuando el otro aborto.
—¿Qué pasa si no pagamos?
Pero regresaba a la caricia lo más pronto posible. No importaba la cuenta. No importaba el sudor, este sudor de abril, imposible de prever. Él estaba conscientemente ridículo con su ramo de flores. Pero a ella le cayó bien. A demás, dijo enseguida tres o cuatro chistes.
—Supongo que no pasa nada. La primera vez que teníamos un invitado. Carlos lloriqueó. En el postre se reía a carcajadas.
La mano se metía bajo su camisa, se deslizaba sobre los pelos y el sudor. Un asco. Él estaba contento de su éxito. Y yo también. Vio la cara de ella, el borrador de su cara, sin rastros de Ocampo ni del aborto ni de nada que no fuese me atacó un deseo imprevisto, quería besarla y apenas si podía contenerme cuando pasaba con su nuca de cuatro lunares el deseo insoportable, completamente vacío de ternura, de luna-de-miel, de fotografías-mirándose, sólo el deseo sin voz en la cocina le besé el pescuezo, me gritó loco, idiota, bruto el deseo sordo, sin memoria, hundido en el presente de noche me dijo que no le gustaban los arrumacos delante de extraños y Rafael no tuvo otra salida que mirar el reloj y como eran sólo las seis y cuarto, cansadamente se quitó el pijama.

 3.

—Buenas noches —dijo Estévez. Siempre decía «buenas noches» cuando alguien llegaba después de las ocho y cuarto. Se podía meter sus sarcasmos en.
—Para mañana necesito el informe —agregó.
—Ayer me dijo que era para el viernes.
—Sí. Y ahora digo que es para mañana.
Estévez era sarcástico, pero Farías era gracioso. Cuando decía Mr. Cuckold se ahogaba de risa y de tos. Cuckold, Hahnrei, Cocu. Farías sabía decir «cornudo» en incontables idiomas y dialectos.
—Uy, Mr. Cuckold llegó tarde.
Verdaderamente, la risa le dolía.
—Uy, llegó tarde, ¿dónde está Francisco? (Esto dicho de corrido, como si fuese una sola palabra.) ¿Dónde está Francisco? (Pero se ahogaba, irremediablemente se ahogaba. Era demasiado para él.)
Francisco no estaba mire que jode Estévez con el bendito informe, total ¿para qué?, de cualquier modo al tipo lo van a echar siempre llegaba a las nueve un solo cheque no es un robo y el muchacho vale, dijo Estévez, claro él pone sólo el visto bueno, pero yo lo firmo.

4.

«Señor Director: De acuerdo con su comunicación de fecha 18 del corriente, por la que se me designa para investigar la irregularidad denunciada en el movimiento de Caja y Bancos correspondiente al día 27 del pasado mes de febrero míster Cuckold es cierto nunca lo supe pero paso a informar a usted, lo siguiente: Al efectuarse el arqueo en la última media hora de trabajo del día 27, el subjefe señor Mieres comprobó la falta de un cheque al portador la certeza final la certeza final en realidad desde el principio todo estuvo claro y yo no estoy desesperado solo decidiéndome girado contra la Caja Nacional de Ahorros y Descuentos por la firma Lanza, Salgado & Cía., por un importe hacia adónde ahora de $ 7.625,68 (siete mil seiscientos veinticinco pesos con sesenta y ocho centésimos moneda nacional). El cajero señor Luciano Valverde se había ausentado a primera hora de la tarde con permiso del jefe señor Estévez (según consta en boleto de salida No. 18206), pero no regresó esa tarde la cosa es saber cuándo empezó bueno eso realmente importa poco yo creo que el día de los ravioles Francisco ya le había echado el ojo y la muy yegua diciéndome no me gustan los arrumacos delante de extraños lo siento verdaderamente por Carlitos pero ya sé lo que voy a hacer ya sé lo que voy a hacer míster Cuckold primero no negar los cuernos ni tampoco concurrió a la Oficina los días 28 y 29. (Por indicación del señor Estévez segundo no codiciar la mujer de Francisco no se dio intervención a la policía. A primera hora del día 28 se avisó a la Caja Nacional de Ahorros y Descuentos, pero el cheque había sido cobrado la víspera. El señor Valverde no pudo ser localizado hasta la tarde tercero comprarme el revólver del día 30 y en esa misma fecha, el padre del nombrado cajero restituyó a la Compañía el importe íntegro del cheque. El señor Valverde (hijo) aduce que el día 27 no pudo volver a la Oficina por hallarse indispuesto, y, al parecer, siempre de acuerdo a sus declaraciones, dicha indisposición continúa pues no ha vuelto a la Oficina. Para mejor comprensión de la incidencia por parte del señor Director, el suscrito deja constancia que el señor Valverde padre, al ser interrogado sobre el proceder de su hijo, manifestó textualmente: "Siempre ha sido una porquería. Hagan con él lo que quieran. Si prefieren mandarlo a la cárcel mejor. Lo que es a mí, me tiene lleno." El suscrito comparte este criterio. Sin otro particular, saluda al señor Director con la mayor consideración y estima. Rafael Arias. Oficial Primero.»

5.

Aquella angustiada muchedumbre no tenía voces. Sólo el mozo pedía express, cortados, añejas. Los demás repasaban por centésima vez con el pedazo de diario en la mano, su rodoblona del que podía ganar en la tercera con el lance de la séptima. Pero Rafael seguía haciendo infantiles cabezas de gatos sobre la copia del informe que había leído al otro.
«Yo también podría razonar acerca de esto», respondió Valverde, «después de todo, no es tan difícil. Pero no me interesa razonar. Usted cree haber cumplido consigo mismo, acusándome. Bien, viejo. Yo, en cambio, creo haber cumplido conigo mismo sustrayendo ese cheque. Usted puede sermonearme, puede identificar mi reacción como un viejo resentimiento contra la sociedad. Y tendrá razón. He sido cómplice de tantas caridades, he pretendido borrar con el codo, sin que ni por asomo se debilitara mi conciencia, tantas miserias clandestinas, he contribuido tan eficazmente a la desigualdad, al odio, a la vergüenza, que me siento, bah, me sentía comprendido en un engaño solidario del que sólo podía rescatarme por un acto absurdo. Mi error estuvo en no lograr la absurdidad total. Para ello debería haber matado a alguien, o por lo menos haberme eliminado sin piedad. Pero la desdichada herencia de mi vida anterior, con su malsano culto de la emulación, con su aprendida renuncia a todo positivo desorden y sus virtudes agotadoras y anestésicas, me adelantó una impresión de desastre acerca de lo que tal vez hubiera sido, ¿no lo cree así?, mi única salvación. En realidad, creo que debo confesárselo, pensaba eliminarlo a usted y después matarme. Usted era un buen pretexto, una tarea que hubiera acometido con gusto. Precisamente el obstáculo fue que yo le tuviese antipatía, pues ello transformaba mi acto libre en un desahogo apasionado. Por otra parte, ¿comprende qué poca cosa hubiera sido nuestra desaparición? Infortunadamente, ahora pasó la euforia. Me quedé a mitad de camino. Iba a matar y sólo robé. Sin embargo, lo esencial para mí era salir del atascadero, comprender efectivamente qué me acontecía. Y eso lo he logrado. Es cierto que con su informe empezará el proceso de mi destitución. Me iniciarán sumario pero todavía cobraré mi sueldo por un año o dos. Mientras tanto, acaso vuelva la euforia y me suicide.»
«Oiga, Valverde», dijo Rafael al concluir las primeras ciento veinte cabezas de gato, «¿alguna vez su mujer le puso cuernos? ».

6.

A las tres Rafael pidió autorización para salir. No estaba desesperado, ni siquiera triste. Primero fue al café. Quería darles tiempo, que la escena no fuese demasiado sucia. Pidió un cortado. Cuando se sentó, sintió aquel peso en el bolsillo trasero del pantalón. Indudablemente, un revólver era de mal gusto. Sería pues una tarde de perfecta inmundicia. Nunca en su vida había apretado un gatillo. Un buen tipo, como quien dice. Una irritante beatitud le cercaba, una ternura nueva por su pasado, por su infancia sin padre, por su implacable adolescencia de tango y prostitutas, por el pelotón de sus amigos dispuestos encarnizadamente a ejecutarle, por míster Cuckold, sí, por míster Cuckold. La radio, obscena, se permitía un bolero, y Rafael sintió una bocanada tibia de asco y puteada. Hacía tanto que no lloraba que era una delicia sentir ese viejo sabor en los bigotes. Era el mismo del tercer año aplazado, del ferrocarril destrozado por la Tota, de los hermanos abrasándose cuando la muerte de Mamama. Una melancolía viscosa e insoportable le despertaba los recuerdos, escalonándolos en señales que aparecían como revelaciones. Un cornudo. Una palabra como un Mantram, sencillamente poderosa. ¡Qué joder! ¡Un cornudo! Y un cornudo con revólver, tomando serenamente su cortado. ¿Cuánto tiempo se necesita para engañar a un marido que es un buen tipo? Cuatro años. ¿Cuánto se necesitaba para engañar a un marido que resulta un idiota? Oh, también cuatro años. Evidentemente, un buen tipo es igual a un idiota. Ahora la radio terminó su bolero y hace reclame de medias, toallas higiénicas y coca-cola. Rafael miró hacia la calle. Extrañaba este sol todavía alto que no conocía, este sol de los ociosos, de los burgueses, de los estudiantes, de la mujer que uno deja en casa y de los amigos que faltan sin aviso. Se sentía pesado y liviano a la vez. Veía todo tan nítido, tan definido, que esa pesadez era únicamente la del tiempo, la del tiempo lento que le hacía esperar. Y también esperarse.

7.

«Por favor», murmuró, todavía sin odio, «acaben de vestirse». Rafael se sorprendió vigilando las oscilaciones de su propia sombra sobre las baldosas. Oyó el galope metálico del tranvía, el 10 de y veinticinco que le traía a casa sólo los viernes, porque los otros días debía atender la contabilidad de Vega. La radio sonaba en el comedor, entreverando las noticias de Corea con un tango arrastrado.
Aurora ensayó un viejo ademán de rebeldía. Puso la nuca rígida, los ojos duros, como botones, dirigiendo la indignación y la sorpresa al amarillento cielo raso.
«Ahora lo sabés», dijo Francisco. Estaba aún en mangas de camisa, apoyado en la estufa. Fumaba, como siempre, llevando el cigarrillo entre el índice y el anular y apretándose la boca con toda la mano mientras pitaba. «Algún día tenía que ser. » Rafael lo vio sonreír, con los dientes escondidos, cauteloso y burlón, débilmente canalla. Tenía la camisa bastante sucia, una mugre de sólo tres días, con sudores ya en reposo del lunes y del martes, secados de noche en el respaldo de la silla. Seguramente iba a mostrar la dentadura (si él lo dejaba: esto era Esencias) y estaría amarilla de huevo y tradición. Pero nada importaba. El se cepillaba los dientes tres veces al día, renovaba diariamente sus calcetines y su camisa, la ropa interior cada tres días, y sin embargo ella prefería revolcarse con el otro, que sería un mugriento, pero. «Está bien», dijo. En un rincón, desde su silla alta, Carlitos contemplaba la escena en agitado silencio. Con las manos en alto recorría aquel fondo imprevisto de seriedad, de pesada desdicha, moviendo los labios sin decir esas locas, singulares palabras que ignoraba. «Está bien. Todo tiene compostura.» «Todo menos vos», contestó Francisco, «vos sos míster Cuckold, viejo. como te puso Farías. Convencete». Claro, quería llegar a las trompadas. Sonrió y no había rastros de huevo, sino otro verde inusual, como de torta pascualina. «Vamos a salir», dijo simplemente Rafael. Luego, sacó el revólver. Le gustaba pensar: «Ahora están fritos, fritos», pero dijo: «Parece que estamos todos tranquilos; mucho mejor.» Francisco escondió la sonrisa pascualina. «Pensé que serías comprensivos, dijo. «Oh, naturalmente.» «¿Y eso?» Ero era el arma. Ya lo verás. Aurora se puso el saco sin que nadie se acercara a ayudarla. Por primera vez, Rafael la miró de lleno. Estaba rabiosa, claro, pero la vía láctea de lunares conservaba su atractivo. «Ponele el sobretodo al nene», dijo él. Pero cuando lo levantaban de la silla, Carlitos, desconcertado, empezó a vomitar.

8.

Las siete y veinte cuando tomaron el taxi. Rafael dio una dirección. Francisco respiró, aliviado. «¿Vamos de visita?», preguntó. El otro abotonó el sobretodo de Carlitos. En realidad, no pasaba nada. Rafael era consciente del carácter patético de aquel viaje. La mujer, el amante, el marido, paseando en taxi, tan comprensivos y modernos como en una buena película inglesa, mirando hacia las caras fugaces de las aceras, alternativamente verdes, rosadas, amarillas, según la temblorosa voluntad de los primeros letreros luminosos. Rafael se abandonó al recuerdo de cierto antiguo placer de estarse quieto mientras la madre lavaba calzoncillos ajenos y sacudía de vez en cuando las manos cubiertas de espuma. Acaso desde entonces había sido susceptible a la desgracia y ésta se había incorporado a su vida como un apellido, como esa cosa espeluznante que era su meñique deforme de nacimiento. Pero Rafael no distinguía ninguna revelación en esa imagen remendada de sí mismo. Estaba imaginando por el contrario qué otras cosas apremiantes e irrevocables le hubiera otorgado una vida sin Aurora, a qué exigente comunidad de deliciosas molestias se veía ahora sustraído por la despótico vulgaridad, por la insondable malicia de su mujer. Bajo esa pantomima de cornudo, de esta sencillamente frívola trampa del azar, demasiado soez cuando se tienen cuarenta años, había también una sacudida inopinadamente trágica que lo despojaba de aquellas íntimas, oblicuas ternuras en que solía posarse clandestinamente, cuando no había testigos, cuando estaba solo, cuando nada ni nadie le impedía compadecerse, despreciarse. Lo peor era eso: no precisamente la frustración del amor (hacía demasiado tiempo que rechazaba el sonsonete) ni siquiera la violenta expulsión de su aquiescente beatitud, sino la pérdida de ese último reducto de emociones ordinarias, vergonzantes, que si bien le habían permitido insistir en ciertos placeres dolorosos, por lo menos lo mantenían a una distancia respetuosa y cordial. Aunque se trataba más bien de otra cosa. Ahí estaba por fin la verdad, y con ella una promesa —desde ya, vulnerable— de una solemne liberación: el retroceso a la buena vida de soltero, las tardes de pesca en la escollera, las madrugadas por la calle, el desorden sexual, las soledades. del café, los alardes de ingenio y de machismo.
«Rafael», dijo ella. Nadie se daba cuenta de que ella lloraba. Todos estaban fríos, crueles, ensimismados. El taxi se detuvo, obligado, y el chófer maldijo, por su turno, de la lentitud de los tranvías, de las viejas que cruzan sin mirar, de la Dirección de Tránsito Público, del proyectado subterráneo, de las bocinas prepotentes. Luego pudo arrancar, pero continuó sacudiendo la enorme cabeza con su gorra sucia, pelada en la visera.
«Rafael», repitió la mujer. Pero Rafael estaba pensando que nada de aquello (la infancia, el café, las prostitutas) era recuperable, ni como presente decisivo, ni como sucedáneo de otros buenos, desmentidos recuerdos.

9.

La pobre vieja los recibió disculpándose. El olor a fritos. La cama destendida. Ella en delantal y zapatillas.
—No importa —dijo él—. Lo que voy a decirle, es mejor que lo escuche en zapatillas.
—Pero, Rafael.
—Se trata simplemente de que su hija es una puta.
Había sonado bien. Se sentía contento. Ante todo porque lo había dicho, pero también porque la vieja no sabía qué cara poner, porque Aurora y Francisco se quedaban callados, porque Carlitos le tendía los brazos a la abuela.
—No se preocupe. Francisco le explicará todo. Tendrá tiempo, porque se va a quedar aquí, con Aurora y el nene. Como yerno aficionado.
Rafael vio que el otro se le abalanzaba con el rostro descompuesto, olvidado de cierta primaria circunspección que aconsejaba la mano en el bolsillo. Pero enseguida se calmó.
—No es para tanto —dijo él—. Vamos a ver, seamos comprensivos, como dice Francisco. ¿Se quieren? Macanudo. Yo me retiro. Francisco ganará lo necesario para todos. ¿Querían saber para qué era el arma? Bueno, es para garantía. Para garantizar que Francisco no abandonará a Aurora, para garantizar que nada le faltará a Carlitos. Quiero que vaya al British School, ¿sabés, Francisco? Hoy en día es una buena defensa saber inglés. Y además, por el apellido. Los Cuckold somos una extendida, poderosa familia. Naturalmente, el día en que me entere de que no cumplís, recibirás puntualmente dos balazos. Antes no. Dos balazos en la cabeza, para mayor seguridad. De modo que no te aflijas. Si yo fuera cursi te diría que tenés tu destino en tus manos. Pero como no lo soy, simplemente te recuerdo que lo tengo en las mías.
Rafael tenía la seguridad de que estaban asombrados e inmóviles. Calmosamente, se acercó a la puerta. Aún podría alcanzar el ómnibus de menos diez. Entonces Aurora se le acercó.
—Aunque esta vez —balbuceó— aunque esta vez no hayas sido feliz...
Pensó que no era cierto, que en realidad había sido estúpido y feliz. No pudo sentir otra cosa que cansancio, que un rotundo, infectado cansancio. Y sólo dijo: «Otra vez será.» Ella le dio la espalda, compungido y huraña. Entonces, él quiso poner a prueba su antiguo deseo, y le miró la nuca. Ahora estaba seguro. No tenía lunares. Para su memoria, para sus manos, para su sexo, ya no tenía lunares
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