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Mario Benedetti - Mejor te invento

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Esta frase pertenece al poema
"Sirena" de Mario Benedetti.


Estás alicaído, estás dudando,
no te alcanzan las pruebas ni las preces,
cada Dónde te ofusca, y cada Cuándo

Recorres el confort, las estrecheces
que quedaron atrás y es razonable
que reclames la vida que mereces,

las ventanas en paz, el techo estable.
Pero yo, te confieso, prefería
(¿cómo querés hermano, que te hable?)

cuando tu vieja angustia estaba al día
con la angustia del mundo, cuando todos
éramos parte en tu melancolía.

Sé qué polvos trajeron estos lodos
pero saberlo no es la mejor suerte.
Inventaré quién sos. De todos modos,

inventarte es mi forma de creerte.



Mario Benedetti - Mujer de Lot

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Las mejores frases y poemas de amor.


Mujer estatua / tu historia
azul verde malva roja
quedó blanca de congoja
extenuada y sin memoria

mujer estatua / por suerte
fuiste hueso / carne fuiste
y sin embargo qué triste
es tenerte y no tenerte

mujer con lluvia y pasado
avara de tus mercedes
ojalá escampe y te quedes
para siempre de este lado

mujer de sal y rocío
tu corazón sigue en celo
y tu voz está de duelo
como la tierra y el río

no olvides que no se olvida
hacia atrás o hacia adelante
ya el castigo fue bastante
reincorpórate a la vida

con audacia / sin alertas
con razón o sin motivo
mujer de lot / te prohíbo
que en estatua te conviertas

mujer otra / diferente
si no fuera juez y parte
jugaría a desnudarte
lentamente / lentamente.




Mario Benedetti - Las primeras miradas

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Esta frase pertenece al poema
"Nunca la mirada" de Mario Benedetti.


Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,
de fatigados duendes que ya no ocurren,
puede inmolarse la perdida infancia
junto a recuerdos que se están haciendo.

Qué sorpresa sufrirse una vez desolado,
escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes,
en el pecho, en los muslos impacientes
sentir cómo los labios se desprenden
de verbos maravillosos y descuidados,
de cifras defendidas en el aire muerto,
y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas
y desde ya cansadas se conjuran
para impedirnos el único fantasma de veras.

Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos,
un sitio donde asir la larga soledad
con los primeros ojos, sin gastar
las primeras miradas,
y si quedan maltrechas de significados,
de cáscara de ideales, de puresas inmundas,
cómo encontrar un río con los primeros pasos,
un río -para lavarlos- que las lleve.


Mario Benedetti - Credo

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Esta frase pertenece al cuento
"Terapia de soledad" de Mario Benedetti.


De pronto uno se aleja
de las imágenes queridas
amiga
quedás frágil en el horizonte
te he dejado pensando en muchas cosas
pero ojalá pienses un poco en mí

vos sabés
en esta excursión a la muerte
que es la vida
me siento bien acompañado
me siento casi con respuestas
cuando puedo imaginar que allá lejos
quizá creas en mi credo antes de dormirte
o te cruces conmigo en los pasillos del sueño

está demás decirte que a esta altura
no creo en predicadores ni en generales
ni en las nalgas de miss universo
ni en el arrepentimiento de los verdugos
ni en el catecismo del confort
ni en el flaco perdón de dios

a esta altura del partido
creo en los ojos y las manos del pueblo
en general
y en tus ojos y tus manos
en particular.


Mario Benedetti - Hoy y la alegría

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Esta frase pertenece al cuento
"Puentes como liebres"  de Mario Benedetti.


 Poco importaba que no fuera domingo ni primavera. Igual me sentía dispuesto a que algo extraordinario me purificase. En realidad, son pocos los días en que uno puede sentirse anticipadamente alegre, alegre sin ruedas de café ni cantos nauseabundos a la madrugada, ni esa pegajosa, inconsciente tontería que antes y después nos parece imposible; alegre de veras, es decir, casi triste.


 Usted no podía saber que hoy, recién despierto, yo había admirado el lago de cielo -nacido, durante mi sueño, en la ventana abierta- que rozaba el pelo rubio de mi mujer. De mi mujer silenciosa, encuadrada en su costumbre, a los pies de la cama. Logré descubrirle, a pesar del contraluz, cuatro o cinco gestos, cuatro o cinco expresiones nuevas, tan sorpresivas, que me hicieron sonreír. No dijo nada, pero su silencio no alcanzó a incomodarme. Simplemente me pareció tonto explicarle que recién hoy había advertido un pasaje inédito de su rostro de siempre. Ni siquiera estaba seguro de no haberlo inventado.

 Luego, entraron mis hijas. Entonces todos hablamos y en especial Laurita. En vez de mirarlas directamente, yo acechaba la enorme moña azul que devolvía el espejo, y en la imagen total de mi hija, con los brazos caídos a lo largo del delantal y su cabecita fluctuante entre síes y noes, me parecía reconocer algún delicioso títere que yo pudiera mover con mis preguntas, invisibles como hilos.

 Me dejaron solo. La cama de dos plazas, la habitación entera para mí. Podía estirarme, separando las piernas al máximo, o juntarlas y abrir los brazos como un crucificado. En la pared, sobre la reproducción de una Madonna de Rafael, dos manchas de humedad se unían y formaban un simpático monstruo. Pero mirándolo con un solo ojo, era únicamente el tío de Aníbal, es decir, otra suerte de monstruo, con papada fláccida y oscilante. Probé a quedarme sin ojos y el cielo me llegó entonces en puntos luminosos e intermitentes. Cuando de nuevo los abrí, la luz se pobló de islas oscuras que estallaban y desaparecían.

 Usted no podía saber nada de este hedonismo, de este momentáneo desajuste, de esta tonta sorpresa. Pero mis días transparentes siempre se ayudan con un retorno a mi niñez opaca, en la cual estos juegos míos con las cosas constituían la sola justificación del futuro, casi en el mismo grado que constituyen ahora la jtistificación única del pasado. Preciso esta conexión como un soporte. De vez en cuando necesito hallar esta soledad poblada, numerosa. Inevitablemente repercute en mi ser, diríase que me otorga identidad. Soy lo que soy y cuanto soy, de acuerdo a mis diferencias con ese patrón, con esa muestra. La comparación está dentro de mí como yo dentro de ella. El trayecto de mi identidad supone que he cambiado, pero la regularidaddel cambio demuestra que soy el mismo.


 Acaso usted no halle en esto ninguna ansiedad verdaderamente promotora de alegría, pero yo sí la encuentro, más aún, la deseo. Por eso me gusta ser fiel a esa vinculación conmigo mismo, por eso me agrada cada uno de estos regresos a lo que ya no soy, justamente para alzarme desde ese pasado en desuso, desde esa plataforma casi absurda, hacia lo juiciosamente venidero.

 Por eso también me vestí despacio, mientras pensaba que hoy había salvación para mí, es decir, que estos regresos la hacían posible. Usted debe creer que ésta es una actitud falsamente melancólica, y en rigor no me atrevo a negarlo. Yo también la considero falsa y melancólica. No piense, sin embargo, que la improviso. Soy tremendamente consciente de su inoperancia. Pero desde el instante en que así la veo, también la admito, simplemente la admito. Y entonces no me importa su probable melancolía. Más aún, la busco. Como a un fijador.

 No obstante, a usted no la buscaba. Y si después de salir, vagué en esa dirección, era sencillamente porque de lunes a viernes el Parque está sin cocineras de asueto, sin vendedores ambulantes ni jinetes precoces ni matrimonios ejemplares y odiosos. De lunes a viernes, el Parque es reino exclusivo-de maestras jubiladas y jubilados tenedores de libros, de estudiantes faltadores, de empleados públicos, de neurasténicos y vagabundos, de convalecientes y de incurables.

 Usted supo enseguida a qué atenerse y empezó por reconocerme. Cuando la vi, su boca grande, siempre igual a sí misma, se apresuraba a pronunciar mi nombre. Cierta ansiedad custodia se le quedó en la voz, cierto descuido del pudor, cierto infinito descorazonamiento, como si hubiera esperado no encontrarme jamás.

 Yo entonces corrí, literalmente corrí a su encuentro. Usted me dio la mano y en su tacto reconocí la existencia serena, acosada, presente, de nuestras cosas subordinadas y comunes. Usted me dio la mano y yo musité: «Hoy y la alegría», así, desordenadamente, «hoy y la alegría», sin vacilar, sin pensar en rehusarla, sin alejarme obsesivamente, sin hacer nada, sin hacer absolutamente nada.

 Después fui sabiendo que usted ingresaba paulatinamente en todas mis imágenes suyas que yo había abandonado: usted y su traje azul con cuello blanco junto a la verja de Los Pinos, y usted en la fotografía con mis hermanas, y a mi derecha en la cabalgata, y usted acariciando una sola vez mi cabeza, en Buenos Aires, cuando la muerte de mi madre, y también usted sola, en la playa, espiada por mí, buscando caracoles entre cantos rodados.


 Sólo entonces supe hasta dónde ignoraba su vida de ahora, esa vida inconmensurable que usted sin duda habría aprehendido desde la tarde en que leí aquel soneto de Shakespeare: «Thine eyes I love, and they, as pitying me.» Usted había abierto los ojos sólo cuando dije: «O, let it then as well bessem thy heart to mourn for me ... » Sí, porque yo también anhelaba que su corazón llorase sobre mí, que llorásemos juntos y sin lágrimas por esa ausencia recíproca que habíamos decretado. Usted lo recuerda. Usted recuerda sin duda que yo le pregunté si él lo merecía. Usted tiene que recordarlo, con la misma precisión con que recuerdo yo su obstinado: «No, no lo merece. » Acaso caí en un absoluto desaliento, en una invencible sensación de fracaso, al no tener siquiera un motivo heroico en que apoyarme, en que levantar para mi orgullo ese recuerdo del futuro que dulcificara este presente.

 Usted había apoyado su mano en mi nuca y había alcanzado a decirme: «No sea tan muchacho. Quienes lo merecemos somos usted y yo. Usted y yo merecemos este amor en que siempre le perteneceré, en que siempre me pertenecerá. ¡Vamos, si parece un chico! Claro que sufre. Yo también. Yo también sufro.» Sí, usted también sufría. Pero estaba verdaderamente convencida de su resolución, de su ánimo, de su firmeza. Y ésta -su firmeza acabó por perdernos. O salvarnos.

 Esta mañana pensé: «Ahora sabré si nos hemos perdido, si nos hemos salvado.» Usted caminaba junto a mí, ¿hacia dónde? De pronto dijo: «Venga a mi casa, ahora. » Pero no cambiamos de rumbo. Desde el comienzo íbamos a su casa. Entonces agregó: «Usted se casó el catorce de noviembre de mil novecientos treinta y ocho.» Era cierto. «Debe resultar agradable verlo convertido en hombre de respeto, sermoneando a las chicas. » Estuve a punto de decirle que, efectivamente, tenía dos, pero usted las nombró: «Sara y Laurita. » De modo que usted no ignoraba nada de mí; yo de usted lo ignoraba todo. Me atreví a preguntarle por él. «¿Quién? ¿Diego? No sé nada de él. Hace unos diez años que no lo veo. » ¿Entonces? Lo peor era que su voz permanecía implacablemente tranquila, como si fuera lo más natural que hubiéramos renunciado, en beneficio de él, a nuestra porción de dicha, y que sin embargo él no la hubiera aprovechado. Pero era inútil preguntar. Primero porque usted siempre arrima el cándido bochorno de sus respuestas cuando uno ha descendido de la ansiedad, cuando uno ha aprendido momentáneamente a conformarse, tanto con la propia y respetuosa ignorancia como con ese silencio suyo, despreocupado, cordial, indiscernible, que autoriza todas las conjeturas y nada deja adivinar. Y luego, porque habíamos llegado a su casa.

 No había nadie. Usted fue abriendo las ventanas, todas las ventanas. Como si deseara que la luz fría, reseca, del capitulante sol de invierno, animara ante mí esa zona invisible de su vida. Como si esperara reencontrarme agobiado de anhelos ante la sorpresivo intimidad. Ya podía internarme en el pasado invulnerable y revelador, insistir en el rumbo de aquellas sensaciones confusas, viciadas de impaciencia, que había estimulado su rostro de otro entonces. Pero el rostro de su vida actual era éste: un grabado de Renoir en la pared del fondo, la biblioteca de libros europeos, el diminuto pescador de marfil sobre el estante de ébano, los tres sillones severos, casi despectivos, el gran escritorio de roble con su Céline a mitad de lectura, y el retrato de un hombre cuarentón, con un indefenso lustre de bondad.

«Mi marido», dijo usted, sin entusiasmo y sin cansancio. Yo tenía ganas de hablar, de detener el avance ondulante de esta novedad en mi energía, de vaciar de algún modo en sus manos mi propia servidumbre de recuerdos. Nunca comprenderé por qué no se detuvo allí, por qué no prefirió dejarme simplemente aterido de claridad, a solas con su noticia, para que yo pudiera imaginarla junto a ese no-Diego, cara a cara frente a ese «él» que provenía del mundo de usted y no de «nuestro» mundo. Pero usted dijo: «Debería conocerlo. Le gustan las mismas cosas que a usted. » No. No podría enfrentarlo. ¡Que usted me haya invitado a ese insignificante sacrilegio! Me parecía increíble. Aún no sabía si era que usted sobrevivía idéntica a sí misma y era yo el promiscuo, el inestable, el tornadizo, o si yo conservaba todavía mi propia voz de usted, y usted en cambio se había acostumbrado a otro régimen de sensaciones y, lo que era peor, a otra fisonomía.


 De ahí mi brusca retirada, mi adiós nervioso, mis justificaciones falsas, desmedidas. Usted no se asombró de nada. Acaso esperaba de antemano que yo no podría soportar sin miedo su nueva y desacomodada realidad, su realidad al margen de mi recuerdo, su indiferencia por la lealtad de mis emociones. Cuando usted cerró su puerta, cuando detrás de ella desaparecieron los sillones, el Renoir, el pescador de marfil, los libros, usted misma, sentí que no enfrentaba ya un presente fácil, sostenido como hasta ayer, como hasta hace unas horas, por su probable y cercana aparición. Ahora debía arreglármelas solo, con las figuras que yo puse y pondría aún en mi mundo de carne, en mi mundo de hueso, definitivamente expulsado de nuestro piélago en común, de nuestra común lejanía de la tierra. Cuando usted cerró su puerta, sentí en mí la necesaria revelación de que todo aquello de que habíamos participado ya no existía, de que mi yo de usted tampoco existía, ni existía -¡por fin!- tampoco usted.

 Y es cierto: usted no existe. Ahora puedo decirlo, pensarlo, escribirlo. ¡Usted no existe! Ahora que estoy nuevamente en mi habitación y mi mujer lee el diario de la noche y se escucha desde el cuarto vecino la conversación atareada de mis hijas, ahora puedo admitirlo, comprobarlo, demostrármelo. También puedo demostrárselo a usted. En realidad usted fue siempre una imagen. La imagen que yo creé a partir de un conjunto de anhelos, de deseos incumplidos, de pequeños fracasos, exactamente como creé mi pequeño monstruo a partir de una mancha de humedad o como inventé un títere a partir de Laurita en el espejo. Usted fue la imagen de la mujer segura, la mujer con enorme capacidad de sacrificio, la infatigable presencia humana que yo hubiera aprendido a amar. Usted fue la criatura mía, solamente mía, la que yo inventé a fin de que mi ideal no permaneciera eternamente abstracto, a fin de que tuviera rostro, decisiones, palabras, tal como las otras criaturas -las creadas por Dios y no por mí- que me rodeaban y no coincidían con mi réplica desamparada, con esa venganza sutil que, obedeciendo a una sencilla tradición podemos tomarnos aun los solitarios, los siempre descontentos, los oscuros. Yo la inventé a usted con su piel de pecas, con su mirada reticente, con sus manos afiladas y tibias, con sus silencios flexibles, con su recurrente ternura. Yo la creé idealmente imperfecta, con esas pequeñas y poderosas fealdades que inexplicablemente singularizan un rostro y le comunican su derecho al recuerdo, con esas comisuras de simpatía que desmantelan la serenidad y esclavizan el sueño. Así ingresó usted a mis insomnios, así participó de esa complicidad pueril que yo formé para su sola imagen. Pero usted fue creada ya con un pasado, con un pasado de traje azul y cuello blanco junto a la verja de Los Pinos, con un pasado de fotografías (imágenes imaginadas de su imagen) junto a mis hermanas de presencia categórica y carnal, y a mi derecha en la cabalgata, y acariciando una sola vez mi cabeza en Buenos Aires, cuando la muerte de mi madre (me costaba muchísimo crear artificialmente la sensación del contacto), y también usted sola en la playa, espiada por mí, buscando caracoles entre cantos rodados. Usted fue creada con ese pasado, tal como se construye un aparato de precisión con sus accesorios. Usted fue creada a partir de un sacrificio, de una lectura del soneto CXXXII de Shakespeare, de un beneficiario apócrifo llamado él o también Diego, de una promesa mutua de renuncia. De este modo era usted una imagen alejada, es decir, un recuerdo de imagen, y por ello tremendamente próximo al recuerdo de una presencia real. En rigor, usted no debía aparecérseme nunca, usted debía sencillamente mantener el rumbo de mi segunda existencia. Obstinado en el recuerdo de su imagen, yo había descartado -razonablemente descartado- la posibilidad de la presencia de su imagen. No obstante, en el subsuelo irracional que desmiente nuestros actos obligados y embusteros, allí, en ese fondo duramente veraz, no estaba descartado su regreso. Allí su regreso vivía con la misma intensidad de mis juegos conceptuales con las cosas, con la misma vehemencia que me dejaba convertir a mi hija en un títere o a una mancha de humedad en un monstruo de papada fláccida y oscilante. Recién ahora admito que había pensado nuestro encuentro en el Parque, mil veces nuestro encuentro en el Parque, pero siempre como posible, nunca -hasta ayer- como virtualmente real. Hasta ayer ese encuentro era para mí la obsesionante representación de una espera, un encuentro eternamente a ser en el futuro, nunca siendo ya. Deliberadamente había dejado de proyectar su imagen a fin de proyectar interminablemente la memoria de su imagen (gracias a su pasado accesorio) a la vez que la esperanza de su imagen (gracias al irrealizado pero no irrealizable encuentro en el Parque).

 De ahí que yo viviera, junto a mis hijas y junto a mi mujer, sostenido por el recuerdo de su rostro anterior y por la esperanza de su rostro futuro, que debían guardar entre sí el parentesco impuesto por mi capacidad de invención. Claro que sólo podía representarme los rasgos de su rostro pretérito. El otro, su rostro a llegar, el rostro que usted iba a tener en el Encuentro, sólo podía representarlo como probabilidad, o sea, en preimagen. La verdadera imagen acaecería en el instante en que por fin me decidiese a representar ese encuentro constantemente postergado.


 Hoy me decidí. Usted no puede saber por qué. Me decidí sencillamente para terminar con usted de una vez por todas. En mis manos tenía dos rumbos: postergar indefinidamente el Encuentro y continuar viviendo una alegría a experimentar, o resolverme a imaginar ese Encuentro y alejarla a usted definitivamente de mi juego. Lo primero era una tortura viva; lo segundo, otra más llevadera: meramente resignarme a su desaparición. Pero, ¿cómo podría usted desaparecer? ¿No se renovaría el recuerdo agregando nuevas imágenes a su primitivo pasado accesorio? Yo no aceptaba continuar viviendo de este modo. De manera que la única solución era crear el Encuentro, literalmente verla imaginada, pero a la vez imaginarla traicionándose y traicionándome, es decir, eludiendo nuestro cerrado mundo en común.

 Desde el momento en que usted fuera infiel a nuestro sacrificio, o sea, desde el momento en que eludiera al beneficiario apócrifo, a él, es decir, a Diego, para pertenecer estúpidamente a un no-Diego, entonces yo podría escapar derrotado, asqueado quizá por su cambio, por su deserción. Por eso le puse nombre a este espacio: «Hoy y la alegría. » Sencillamente hoy y la alegría, porque era la cúspide, el apogeo de mi juego, de la terrible tensión seguida del agotamiento de ese mismo juego, de la terrible desaparición de usted.

 Era el tiempo en su exacto valor: el hallazgo y la pérdida, el consuelo y la desesperanza.

 Y todo lo cumplí. Es decir, lo cumplió usted. Usted me llevó a su casa. Usted abrió las ventanas para que yo viese el Renoir, los libros, el retrato. Usted comentó: «Mi marido» y me invitó a conocerlo. Usted -oh, ¿por qué?- no guardó silencio.

 Usted no podía, no puede saber que he regresado ahora a mi habitación, que estoy al lado de mi mujer dormida (el diario de la noche caído sobre su rostro), que el cielo nocturno penetra lentamente en mí, que a mi solo conjuro usted perdería su sinrazón de ser y que, no obstante ello, mañana, tal vez esta misma noche, jugaré de nuevo a imaginar y me representaré golpeando a su puerta y la imaginaré recibiéndome -sí, exactamente así- con su invencible, antigua risa de Los Pinos, con otro traje azul de cuello blanco, con sus queridas manos afiladas y tibias. Y usted me dirá: «Lo esperaba» o también «Voy a presentarle a mi marido. Le gustan las mismas cosas que a usted.» Y usted cerrará la puerta y entonces seré yo el inexistente. Porque no saldré nunca, nunca, nunca, aunque el tiempo se harte de correr y yo descanse en el sillón adusto o contemple a mis anchas el perfecto Renoir o tome en mis manos el irrisorio pescador de marfil y tras de contemplarlo durante cuatro siglos, lo deposite con cuidado, casi con ternura, sobre el desguarnecido estante de ébano.


Mario Benedetti - Lento pero viene

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Esta frase pertenece al poema
"Úlima noción de Laura" de Mario Benedetti.


Lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene
hoy está más allá
de las nubes que elige
y más allá del trueno
y de la tierra firme
demorándose viene
cual flor desconfiada
que vigila al sol
sin preguntarle nada
iluminando viene
las últimas ventanas

lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene
ya se va acercando
nunca tiene prisa
viene con proyectos
y bolsas de semillas
con ángeles maltrechos
y fieles golondrinas
despacio pero viene
sin hacer mucho ruido

cuidando sobre todo
los sueños prohibidos
los recuerdos yacentes
y los recién nacidos
lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene
ya casi está llegando
con su mejor noticia
con puños con ojeras
con noches y con días
con una estrella pobre
sin nombre todavía
lento pero viene
el futuro real
el mismo que inventamos
nosotros y el azar
cada vez más nosotros
y menos el azar
lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene
lento pero viene
lento pero viene
lento pero viene


Mario Benedetti - Ahí nomás

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Los mejores poemas y frases
de Mario Benedetti.


En el manso dolor que te perturba
cuando asumes lejano cómo vibra o jadea
la inocencia del otro

en la desolación convertida en crisálida
en el silencio lleno de palabras nonatas
en el hueco del llanto inmerecido
en tu ausencia de dioses
en la asunción de tus mejores miedos
en tus cenizas de utopía
en tu fe de a pesar / de sin embargo

ahí nomás
precisamente ahí
se oculta / resiste / permanece
la caverna profunda / inexpugnable
que algunos / unos pocos
dicen que es la conciencia


Mario Benedetti - Una pareja/2

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Los mejores poemas y frases
de Mario Benedetti.


Pensó ella...

Te dejé ensimismado en tu silencio
abandonado / no por mi abandono
sino por tu resaca de memorias
y por las barricadas del olvido

conmigo vas en mi costal de glorias
con frágiles adioses por las dudas
sé que siempre podré reconocerme
en tu mirada que lo dice todo

yo sé que a veces fabricamos cautas
distancias entre ambos / una lástima
pero de a poco se van estrechando
hasta fundirnos en un solo abrazo

somos dos sombras y también dos luces
alumbrémonos de una vez por todas
y hagamos del amor una corriente
que comunique nuestras dos orillas.



Adiós*

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Esta frase pertenece al libro
"Quién de nosotros" de Mario Benedetti.



Hay muchas formas/de despedirse/dando la mano/dando la espalda/nombrando fechas/con voz de olvido/pensando en nunca/moviendo un ramo/ya deshojado por suerte a veces/queda un abrazo/dos utopías/medio consuelo/una confianza/que sobrevive/y entonces triste/el adiós dice/que ojalá vuelvas.

Mario Benedetti - Adioses (En defensa propia).

Este adiós que te guardo
está madurando con los días
Exprimo nuestra vivencia
y no la dejo quedarse
en el pasado.

No puedo avanzar contigo
por que te deseo a cada instante
y desear lo que no se puede tener
es como escribir
sin que nadie te lea

Eso seguro que lo entiendes
Te quiero pero no deseo luchar
contra el destino
Disfrutaré de vez en cuando
de tu recuerdo
que seguirá alterándome.

Mario Benedetti - El odio viene y va

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Los mejores poemas y frases
de Mario Benedetti.


El odio viene y va y regresa
alucinado lo contemplo
pasa como un adiós de humo
como una sombra
como un duelo

desconcertado viene y va
desesperado y prisionero
tras los celajes del olvido
como una plaga
como un eco

viene y se vuelve y arremete
y es un cuchillo de silencio
que lentamente me desgarra
como un sollozo
como un ciego

y sin embargo sin embargo
a veces puede ser un premio
no le devuelvo el odio al odio
y es un alivio
merecer



Mario Benedetti - Intramuros

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Los mejores libros, poemas y frases
de Mario Benedetti.


 Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería. Es buena gente, pero de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor. No necesito armar un biombo para pensar en vos. Dirás que cuatro años, cinco meses y catorce días son demasiado tiempo para reflexionar. Y es cierto. Pero no son demasiado tiempo para pensar en vos. Aprovecho para escribirte porque hay luna. Y la luna siempre me tranquiliza, es como un bálsamo. Además ilumina, así sea precariamente, el papel, y esto tiene su importancia porque a esta hora no tenemos luz eléctrica. En los dos primeros años ni siquiera tenía luna, así que no me quejo. Siempre hay alguien que está peor, como concluía Esopo. Y hasta peorísimo, como concluyo yo.

 Es curioso. Cuando uno está afuera e imagina que, por una razón o por otra, puede pasar varios años entre cuatro paredes, piensa que no aguantaría, que eso sería sencillamente insoportable. No obstante, es soportable, ya se ve. Al menos yo lo he soportado. No niego haber pasado momentos de desesperación, además de aquellos en que la desesperación incluye sufrimiento físico. Pero ahora me refiero a la desesperación pura, cuando uno empieza a calcular, y el resultado es esta jornada de clausura, multiplicada por miles de días. No obstante, el cuerpo es mas adaptable que el ánimo. El cuerpo es el primero que se acostumbra a los nuevos horarios, a sus nuevas posturas, al nuevo ritmo de sus necesidades, a sus nuevos cansancios, a sus nuevos descansos, a su nuevo hacer y a su nuevo no hacer. Si tenés un compañero, lo podés medir al principio como a un intruso. Pero de a poco se va convirtiendo en interlocutor. El de ahora es el octavo. Creo que con todos me he llevado bastante bien. Lo bravo es cuando las desesperaciones no coinciden, y el otro te contagia la suya, o vos le contagiás la tuya. O también puede ocurrir que uno de los dos se oponga resueltamente al contagio y esa resistencia origine un choque verbal, un enfrentamiento, y en esos casos justamente la condición de clausura ayuda poco, mas bien exacerba los ánimos, le hace a uno (y al otro) pronunciar agravios, y, algunas veces, hasta decir cosas irreparables que enseguida agudizan su significado por el mero hecho de que la presencia del otro es obligatoria y por lo tanto inevitable. Y si la situación se pone tan dura que los dos ocupantes del lugarcito no se dirijan la palabra, entonces tal compañía, embarazosa y tensa, lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una soledad total. Por suerte, en este ya largo historial, tuve un solo capítulo de este estilo, y duró poco. Estábamos tan podridos de ese silencio a dos voces, que una tarde nos miramos y casi simultaneamente empezamos a hablar. Después fue fácil.



 Hace aproximadamente dos meses que no tengo noticias tuyas. No te pregunto que pasa porque sé lo que pasa. Y lo que no. Dicen que dentro de una semana todo se regulizará otra vez. Ojalá. No sabes lo importante que es una carta para cualquiera de nosotros. Cuando hay recreo y salimos, de inmediato se sabe quiénes recibieron cartas y quiénes no. Hay una extraña iluminación en los rostros de los primeros, aunque muchas veces traten de ocultar su alegría para no entristecer más a los que no tuvieron esa suerte. En estas últimas semanas, por razones obvias, todos estábamos con caras largas, y eso tampoco es bueno. De modo que no tengo respuesta a ninguna pregunta tuya, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo preguntas. No las que vos ya sabés sin necesidad de que te las haga, y que, dicho sea de paso, no me gusta hacerte para no tentarte a que alguna vez (en broma, o lo que sería muchísimo más grave, en serio) me digas: "Ya no." Simplemente quería preguntarte por el Viejo. Hace mucho que no me escribe. Y en este caso tengo la impresión de que no hay ninguna otra causa para la no recepción de cartas. Sólo que hace mucho que no me escribe. Y no sé por qué. Repaso a veces (sólo mentalmente, claro), lo que recuerdo haberle escrito en algunos de mis breves mensajes, pero no creo que haya habido en ellos nada que lo hiriera. ¿Lo ves a menudo? Otra pregunta: ¿cómo le va a Beatriz en la escuela? En su última cartita me pareció notar cierta ambigüedad en sus datos. ¿Te das cuenta de que te extraño? Pese a mi capacidad de adaptación, que no es poca, ésta es una de las faltas a las que ni mi ánimo ni mi cuerpo se han acostumbrado. Al menos, hasta hoy. ¿Llegaré a habituarme? No lo creo. ¿Vos te habituaste?


Mario Benedetti - Ojalá

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Esta frase pertenece al libro
"Ideas viajando" de Mariani Sierra.

La palabra ojalá es como un túnel o un ritual
por los que cada prójimo intenta ver lo que se viene
pero ojalá propiamente dicho sigue habiendo uno solo
aunque para cada uno sea un ojalá distinto

ojalá es después de todo un más allá
al que quisiéramos llegar después del puente
o del océano o del umbral o de la frontera

ojalá vengas
ojalá te vayas
ojalá llueva
ojalá me extrañes
ojalá sobrevivan
ojalá lo parta un rayo

al oh-alá de antaño se le fundió el alá
y está tan desalado que da pena
ahora es más bien una advertencia hereje
¡ojo alá!

ay de los ojalateros opulentos
sin hache y sin pudor
que piensan sólo en arrollar
a los ojalateros desvalidos

ay de los criminales de lo verde
ojalá se encuentren

con las pirañas
del mártir amazonas


Mario Benedetti - Ahora y nada

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Esta frase pertenece al relato
"Echar las cartas/5" de Mario Benedetti.



Tot és aura i res
JUAN VINYOLI

Tengo un trabajo conjurado y denso
pero no importa lo interrumpo
necesito una tregua con distancia
una paz despojada de ansiedades
un ocio sin escrúpulos de ocio
me siento en la terraza a no hacer nada
ni siquiera a leer un texto fácil
tan sólo que las manos se abandonen
los ojos se habitúen al otoño
la espalda a estar sin alas

allá abajo la plaza verde y ocre
con sus perros higiénicos y ágiles
que se vengan de encierro y celibatos
miro el cielo naranja
cruzado por antenas
y sólo al encontrarme
con los rumores metropolitanos
existe la ciudad remota y próxima
mientras hamaco mi ocio
tengo que defenderlo
y sobre todo tengo
que aprender a gozarlo
de pronto asumo que este instante
nada ritual es un oasis
la discutible soledad
en la que puedo ser yo mismo
vaya a saber lo que uno sabe
para quedarse aquí tapando aullidos
olvidando las horas en acecho
uniendo las mitades de la vida
es una calma gris sin concesiones
y sin los desencuentros de la urgencia
una tranquilidad convaleciente
y algo tediosa
claro
no sé si este sosiego es necesario
de todos modos no es inexpugnable
lo asedian los recuerdos cenagosos
las pálidas vergüenzas
el oscuro subsuelo de la calma
las mágicas palabras nunca dichas
los silencios violados
los gestos abrasados y abrazantes
los yermos del amor
los mitos resurrectos
la araña con su tela de rencores
la furia sin rescoldo
el corazón sin huésped
es una calma desvelada
por las fogatas que apagué
y por la infancia que me espía
mi vigilia en desorden tiene puestas
sus miradas en la paz temblorosa
la que mueve los árboles sin pájaros
como si les quitara un sortilegio
y también tiene puestas
sus esperanzas en la astucia

de mi memoria que da y quita
huellas y nombres
voz y voces
debo reconocer que en esta calma
me siento como sapo de otro pozo
no sé si tendré ganas
de hundir me para siempre en el sosiego
allá abajo en la plaza verde y ocre
perritos y perrazos bien se lamen
con cierta discreción y sin tristeza
aunque dios los creara
ellos no creen en dios
y si a menudo alzan una pata
no es para bendecir el árbol
ciertamente
bonanza de emergencia
esta tregua sin fiebre
la siento en las rodillas
gorriones de penuria
avanzan paso a paso
en un tango liberto
no hay otros habitantes
y si los hay no cuentan
tampoco cuento yo
vuelvo a mis soledades
esas pobres contiguas
que me miran llegar
como un poseso
otra vez al trabajo conjurado
por hoy
basta de calma


Álvaro Carrillo - Sabor a mí

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Las mejores canciones y frases
de Álvaro Carrillo y el bolero.


Tanto tiempo disfrutamos este amor,
nuestras almas se acercaron tanto así,
que yo guardo tu sabor pero tú llevas también
sabor a mí.

Si negaras mi presencia en tu vivir,
bastaría con abrazarte y conversar,
tanta vida yo te di que por fuerza tienes ya
sabor a mí.

No pretendo ser tu dueño,
no soy nada, yo no tengo vanidad.
De mi vida doy lo bueno,
soy tan pobre ¿qué otra cosa puedo dar?

Pasarán más de mil años, muchos más,
yo no sé si tenga amor la eternidad,
pero allá tal como aquí en la boca llevarás
sabor a mí...



Francisco Gorrindo - Las cuarenta*

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Las mejores canciones
del Bolero y el Tango.


Con el pucho de la vida apretado entre los labios,
la mirada turbia y fría, un poco lerdo el andar,
dobló la esquina del barrio y, curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno esto se le oyó acusar.

Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso,
vuelvo a vos, gastado el mazo en inútil barajar,
con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,
que se rompió en un abrazo que me diera la verdad.

Aprendí todo lo malo, aprendí todo lo bueno,
sé del beso que se compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,
y sé que con mucha plata uno vale mucho más.

Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron;
cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar;
la experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo...
Toda carta tiene contra y toda contra se da!

Hoy no creo ni en mí mismo. .. Todo es grupo, todo es falso,
y aquél, el que está más alto, es igual a los demás...
Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche, borracho,
me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.


*Aunque la canción original que hizo Gorrindo con música de Roberto Grela es un tango, les dejo esta versión de Rolando Laserie que me parece, es la mejor.




Lo nuestro - Mario Benedetti

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Esta frase pertenece al poema
"Te quiero" de Mario Benedetti.



Avanzamos metidos en lo nuestro
tu secreto que es mío
mi secreto que es tuyo

sin problemas las pasiones se unen
con fuerza interior

todo lo compartimos en el sueño
oscuro con oscuro
cuerpo a cuerpo

a veces son ternuras del espíritu
abrazos con candado

si enfrentamos de apuro al espejo
la sorpresa lo empaña

sus ojos son los nuestros
quién lo duda
mejor dicho una copia clandestina
por eso es tan ajena la mirada

no queremos abandonar lo propio
así que no nos vengan con destellos extraños

avancemos metidos en lo nuestro
tu secreto que es mío
mi secreto que es tuyo

La Tregua - Mario Benedetti

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Las mejores frases y capítulos de la novela
"La Tregua" de Mario Benedetti.


Miércoles 10 de abril

Avellaneda tiene algo que me atrae. Eso es evidente, pero ¿qué es?


Sábado 20 de abril

¿Estaré reseco? Sentimentalmente, digo.

Jueves 9 de mayo

En la oficina no puedo hablarle. Tiene que ser en otra parte. Estoy estudiando su itinerario. Ella se queda a menudo a comer en el Centro. Almuerza con una amiga, una gorda que trabaja en London París. Pero después se separan y ella va a tomar alguna cosa en un café de Veinticinco y Misiones. Tiene que ser un encuentro casual. Es lo mejor.

Lunes 20 de mayo

El plan trazado es la absoluta libertad. Conocernos y ver qué pasa, dejar que corra el tiempo y revisar. No hay trabas. No hay compromisos. Ella es espléndida.

Martes 9 de julo

¿Así que tengo miedo de que dentro de diez años ella me ponga los cuernos?



Miércoles 28 de agosto

Sólo me quedan cuatro días de licencia. No echo de menos la oficina. Echo de menos a Avellaneda. Hoy fui al cine, solo. Vi una de cowboys. Hasta la mitad, me entretuve; a partir de allí, me aburrí de mí mismo, de mi propia paciencia.

Martes 17 de setiembre

Avellaneda no vino a la oficina.

Domingo 22 de setiembre

¿No podría enviarme un telegrama? Me ha prohibido que vaya a su casa, pero si mañana lunes no aparece, descubriré de todos modos algún pretexto para visitarla.

Lunes 3 de Febrero

Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.

Lunes 24 de Febrero

Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más. 

Eduardo Galeano - Ventana sobre la utopía

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"Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca, nunca la alcanzaré.    ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar." Eduardo Galeano - Ventana sobre la utopía
Los mejores relatos y frases del libro
"Las palabras andantes" de Eduardo Galeano.



Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca, nunca la alcanzaré.

 ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.

Charles Bukowski - Abraza la oscuridad

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Los mejores pomes y frases
de Charles Bukowski.


La confusión es el dios
la locura es el dios

la paz permanente de la vida
es la paz permanente de la muerte.

La agonía puede matar
o puede sustentar la vida
pero la paz es siempre horrible
la paz es la peor cosa
caminando
hablando
sonriendo
pareciendo ser.

no olvides las aceras,
las putas,
la traición,
el gusano en la manzana,
los bares, las cárceles
los suicidios de los amantes.

aquí en Estados Unidos
hemos asesinado a un presidente y a su hemano,
otro presidente ha tenido que dejar el cargo.

La gente que cree en la política
es como la gente que cree en dios:
sorben aire con pajitas
torcidas

no hay dios
no hay política
no hay paz
no hay amor
no hay control
no hay planes

mantente alejado de dios
permanece angustiado

deslizate.


Jaime Sabines - He aquí lo que sucedes

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Los mejores poemas y frases
de Jaime Sabines.


He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo.
Haces cosas diariamente y piensas
y yo pienso y recuerdo y estoy solo.

A la misma hora nos recordamos algo
y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
somos, y una locura celular nos recorre
y una sangre rebelde y sin cansancio.

Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,
se me caerá la carne trozo a trozo.
Esto es lejía y muerte.
El corrosivo estar, el malestar
muriendo es nuestra muerte.

Yo no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
quién eres, dónde estás, cómo te llamas.
Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
una mitad apenas, sólo un brazo.
Te recuerdo en mi boca y en mis manos.
Con mi lengua y mis ojos y mis manos
te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
a siembra, a flor, hueles a amor, y a mí.
En mis labios te sé, te reconozco,
y giras y eres y miras incansable
y toda tu me suenas
dentro del corazón como mi sangre.
Te digo que estoy solo y que me faltas.
Nos faltamos, amor, y nos morimos
y nada haremos ya sino morirnos.
Esto lo sé, amor, esto sabemos.
Hoy y mañana, así, y cuando estemos
en estos brazos simples y cansados,
me faltarás, amor, nos faltaremos.

Jaime Sabines - Poemas sueltos (1951 - 1961).

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